De brujas, hogueras y cenizas

14 marzo 2010 at 22:00 (Erotismo, Historias para no dormir, Literatura, Memorias del Otto, Novela, Poesía, Relatos, Relatos de JAO, Relatos de JAO)

In my craft or sullen art
Exercised in the still night
When only the moon rages
And the lovers lie abed
With all their griefs in their arms,
I labour by singing light
Not for ambition or bread
Or the strut and trade of charms
On the ivory stages
But for the common wages
Of their most secret heart

Not for the proud man apart
From the raging moon I write
On these spindrift pages
Nor for the towering dead
With their nightingales and psalms
But for the lovers, their arms
Round the griefs of the ages,
Who pay no praise or wages
Nor heed my craft or art.

*(En mi oficio u hosco arte / ejercido en la noche en calma / cuando sólo rabia la luna / y los amantes descansan / con sus penas en los brazos, / trabajo a la luz cantora / no por ambición ni pan / lucimiento o simpatías / en  los escenarios de marfil / sino por el común salario / de su recóndito corazón.

No para los soberbios aparte / de la rabiosa luna escribo / en estas páginas rociadas / por las espumas del mar / ni para los encumbrados muertos / con sus ruiseñores y salmos /  sino para los amantes, sus brazos /  abarcando las penas de los siglos,  / que no elogian ni pagan ni / hacen caso de mi oficio o arte. )*

Tras leer este poema de Dylan Thomas, Larry miró a la ciudad dormida por el ventanal del salón, mientras apuraba las últimas caladas de aquel cigarro enorme.

Entrecerrando los ojos, rodeado por el espeso humo que se duplicaba en el cristal, le pareció ver a lo lejos, en el cielo, entrecortándose sobre la luna, a Guillemette Babin, blanca y desnuda, sobre el lomo de un imponente macho cabrío negro. Se asía a sus crines con firmeza, curvando su cuerpo hacia atrás, gimiendo mientras se balanceaba sobre aquel cabrón volador.  Otros engendros de la naturaleza la seguían, piedras voladoras con extraños signos grabados a cincel, enrojecidos tizones sin gravedad escapados de una gigantesca chimenea, tiburones del aire que enseñaban los dientes mientras navegaban aleteando en el aire de la noche, enormes escobas y escobones entretejidos con ramas de parra seca, atados a un palo pulido y encerado. Todos estos ligeros seres y artefactos llevaban pasajeras, bellas jóvenes que levantaban los brazos deleitándose con el frescor del aire de la noche o viejas más cuidadosas, que se aferraban a los animales o a las cosas con temor de perder el equilibrio y caer al vacío. Mientras volaban se embadurnaban el cuerpo con ungüentos e intercambiaban bebedizos entre ellas, riendo y sollozando de placer.


Larry veía en las oscuras sombras de la luna primero y en la campiña distante después, una enorme fogata donde reposaba un caldero humeante en peligroso equilibrio. Veía como las mujeres voladoras iban llegando a aquella fiesta, donde extraños animales peludos, lobos, carneros, dragones y cerdos ya bailaban alrededor de aquella pira, dando saltos imposibles unos, aleteando alegres otros. Guillemette y sus compañeras se incorporaron al círculo festivo y con sus pieles desnudas enrojecidas por la luminosidad del fuego no tardaron en contorsionarse alzando los brazos mientras pisaban las brasas sin que las espantase el dolor, más bien todo lo contrario, aquellos restos incandescentes repartidos por la tierra parecían copular con ellas a juzgar por los resultados del  contacto con su piel, los susurros y los gemidos que emitían, sus gritos de obsceno placer.

Le pareció escuchar en ese momento el llanto de un niño, que explotó justo cuando comenzaba a salir un humo negruzco muy denso de la hoguera.

El ruido de un reactor atravesando la noche le hizo abrir sus ojos. Las luces de la ciudad se desparramaban por su campo visual, se apagaban y encendían, corrían o se paraban, brillaban en los grandes bulevares o se oscurecían en los fríos callejones. El cigarro se había apagado en sus labios, así que lo aplastó en el cenicero de la mesa y se sentó en el sofá para descansar del ajetreado día de trabajo en la oficina. No tardó en adormecerse y en tener una ligera pesadilla que fue llevándole a las profundidades del sueño, a la oscuridad de una húmeda mazmorra.

El hierro candente rasgó el cuerpo de Guillemette desprendiendo vapor con un nauseabundo olor a carne churrascada. Sus gemidos se perdían en las profundidades de aquella prisión, pero no llegaban al corazón de la tierra ni despertaban al señor del abismo. El demonólogo Jean Bodin azuzaba con sus preguntas a aquella bella hembra desnuda que se retorcía de dolor en el potro.

La denuncia anónima había sido depositada por un alma bondadosa en la caja negra de la catedral. Había que lograr discernir como una mujer bella e inteligente como Guillemette se había dejado seducir por el maligno, qué crímenes perversos había cometido en los aquelarres, qué otras cómplices tenía en sus negras fechorías.


El silencio de la mujer y el que no existiera la marca del diablo en su bello cuerpo, confirmaban que era una fiel seguidora del averno, ya que era bien sabido que el demonio solo marcaba a los acólitos de los que no estaba muy seguro, pero nunca marcaba a los que eran de su máxima confianza que ocupaban lugares privilegiados en su reino. No cabía duda, su crimen era abominable contra Dios y como tal había de ser castigado con la pena de muerte, sin posibilidad de conmuta por ninguna autoridad de los hombres.

Aquella mañana era nublada y el frío estremecía a más de un espectador en la plaza mayor. Guillemette fue conducida al centro cubierta con un manto. Cuando la subieron a lo alto de la pira, la despojaron de aquel abrigo dejando su cuerpo desnudo a la vista del público. La ataron con unas cadenas al poste y prendieron fuego a los enormes haces de leña bajo sus pies. Algunos curas rezaban letanías y consolaban al populacho ignorante que veía mientras, lujurioso, como se consumía la belleza de aquella bruja. Aquel crepitar de llamas y el humo que desprendían con ese olor a carne quemada, subieron a la garganta de Larry desde lo profundo de su estómago. Se removió en el sofá para adoptar otra postura menos agobiante.

A la mañana siguiente, Alma, la criada indonesia de Larry, se asustó con el fuerte olor a quemado que encontró al entrar en la casa y llamó a la policía. No había ningún rastro de Larry allí, y tras unas semanas de búsqueda lo dieron por desaparecido en misteriosas circunstancias. En el informe de registro del forense, se hacía mención a la gran cantidad de cenizas que se hallaron sobre el sofá del salón y que resultaron ser de sarmiento. Nadie se explicaba cómo pudieron llegar allí y si su combustión, imposible sin haber provocado un incendio en la casa y en el edificio, fue la causa de aquel penetrante olor a quemado que parecía salir de las mismas entrañas de la tierra.


Referencias:

PoemaIn my craft or sullen artde Dylan Thomas.

Grabados de Bernard Zuber para el libro del novelista francés Maurice Garçon: La vida execrable de Guillemette Babin, bruja, publicado en 1926.


Demonomanie des Sorciers (Of the Demonomania of Witches), del francés Jean Bodin.


Película francesa de Guillaume Radot, del año 1947: Le destin exécrable de Guillemette Babin.


5 comentarios

  1. Andrés said,

    Pero lo textos que acompañan las ilustraciones sí son tuyos ¿no? Describen muy bien la escena, me he sentido transportado a todas esas situaciones por un momento.

    Un abrazo.

    • Jesús Angel said,

      Qué tal Andrés!
      Pues sí, los textos son mios. Tenía este material de Bernard Zuber que quería publicar pero no encontraba nada sobre él en la red, así que al final se me ocurrió escribir una historia breve de brujas que se acomodara a los grabados, y bueno salió este pequeño relato. No le he dado una vuelta, pero ahí queda como posible embrión de algo.
      un abrazo.

  2. Reyes said,

    Yo también he viajado contigo.
    Y ahora huelo a quemado, será la varita de incienso que arde en mi habitación…
    ….
    Seguro que su vida no fue tan execrable como la de muchos cabríos de la época, en fin.

    • Jesús Angel said,

      Hola Reyes. Me alegra tui espíritu viajero. A mi también me gustaría saber manejar una escoba de esas. Y sí, tienes razón, la mayoría de las brujas que sufrieron tortura y que fueron quemadas, no eran más que personas que recogían conocimientos ancestrales o conocimientos sobre remedios naturales que parecían sospechosos para algunos obtusos de la época. Entre esos obtusos, en efecto, había muchos señores poderosos, y como no, mucho clérigo fanático.
      Un beso.

  3. carlos_roda said,

    Hola incansable viajero!
    Por un rato me sentí transportado yo también a un aquelarre repleto innumerables bestias del averno, brujas lascivas y seres horripilantes, aunque mi despertar no fue tan «ardiente» como el del pobre Larry… Bueno, en serio, me ha encantado el relato, así como también los magníficos grabados de Bernard Zuber. Extraordinario trabajo Jesús, como siempre.

    Un fuerte abrazo amigo!

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