Las chuches de Phonm Penh.
Aquel día de Agosto había amanecido plomizo en Phonm Penh.
Desde la terraza donde dormían los niños en aquel caluroso verano se veía, como un puzle desordenado, un abigarrado horizonte de terrazas con tejadillos de colores que empezaban a reflejar los rallos del sol.
Mientras los niños se desperezaban lavándose ruidosamente con el agua de la cisterna de la terraza, los tejados del horizonte iban despertando a la mañana y comenzaban a integrarse en el ruidoso ajetreo de la ciudad.
Salieron los dos niños de la casa, y caminando por las estrechas callejuelas del barrio, se cruzaron con varias niñas somnolientas, desconocidas, que iban en busca de su madama para entregarla los beneficios de sus aventuras sexuales nocturnas con turistas sin escrúpulos.
Mientras el ruido y el humo de los escapes se iba apoderando de la ciudad desperezándose, pasaron de un barrio desvencijado y miserable a otro más elegante con casas de estilo colonial construidas en los 80, después de la devastación que las legiones del Jemer Rojo se dedicaron a extender por todo el país.
En algunos cafés de la calle, que invadían la calzada con sus terrazas perennes con muchas mesas y sillas coloridas de plástico chino, los vendedores de comida ambulante preparaban sus viandas para llevarlas arrastrando en sus carritos y aplacar con ellas el hambre de los recién levantados y ociosos ciudadanos.
Los niños ya habían desayunado con agua de coco, un tazón de arroz y unas porciones de torta del espinoso durian que su madre había hecho la semana anterior.
Aún recordaban divertidos el hedor insoportable del durian cuando lo abrieron para sacarle las semillas y asarlas. Su madre era una experta en preparar deliciosas tortas con este rey de las frutas.
Llegaron a las puertas del dorado y majestuoso palacio real. Era aún muy pronto para que hubiera turistas de visita, así que no perdieron el tiempo intentando ofrecer sus servicios como guías de saldo a los turistas solitarios que de vez en cuando se dejaban caer y que estaban al margen de los programas de visitas organizadas con guías oficiales del estado.
De todos modos ya había un tropel de otros niños deambulando por allí, unos con florecillas, monedas antiguas, algún libro, otros con nada, esperando mendigar unos rieles o en el mejor de los casos un dólar o un euro.
Los jardines del palacio real estaban vacíos y en calma, pero ya estaban abiertos para recibir a los primeros turistas y en las tiendas de recuerdos ya estaban las dependientas preparando los productos y regalos.
Los niños, como acostumbraban a hacer cuando iban por allí, esquivaron la vigilancia perezosa de los guardias recién incorporados al servicio y atajaron por los bellos jardines del palacio, para llegar al tranquilo y enorme recinto de la Pagoda de Plata, donde vive el Buda Esmeralda, y donde se alzan hacia el cielo las bellas estupas de reyes y reinas de otros tiempos.
Este camino era su preferido para todos los jueves. Antes de salir de los jardines palaciegos hacia su destino, en el recinto ajardinado de la Pagoda del Buda Esmeralda, rodeados por las esbeltas estupas reales, hacían una parada en el estanque de las carpas que había al pie de la gran maqueta de Angkor Wat.
Nunca habían estado en Angkor, solo habían llegado al lago Tonle Sap, pero su maestro les había prometido conseguir unos pases y visitar aquellas gloriosas ruinas de las que tanto les había hablado.
El estanque estaba repleto de bullicio y de color y las carpas siempre estaban hambrientas.
Aunque en ocasiones su madre les había comentado que esas carpas comían mejor que ellos, siempre llevaban una pequeña porción de torta de durian para echársela a estos voraces amigos. Luego pasaban un rato viéndolas desmenuzar el trocito de la torta en el agua y peleándose por conseguir los trozos de torta más sabrosos y grandes.
Cuando las carpas se tranquilizaban un poco y habían dado cuenta de la pequeña porción de torta, los niños se refrescaban jugando con el agua del estanque y acometían su última peripecia para llegar a su destino final.
El museo de arte Jemer estaba una calle más allá, y su entrada estaba en la calle 178. Solo había que cruzar de nuevo los jardines palaciegos para salir por la puerta principal, donde ya había llegado algún autobús de turistas y los negociantes niños y los pequeños mendigos intentaban arremolinarse alrededor de algunos para ver si sacaban algo.
Los vigilantes estaban más pendientes de los turistas que estaban fuera para entrar que de ellos que querían salir y no habían pagado entrada antes, así que cruzaron la puerta lateral del palacio y corrieron el último tramo hasta las puertas de los jardines del museo, divertidos por su nueva hazaña con éxito.
Atravesaron los jardines bien cuidados y aparentemente no vigilados del museo, y llegaron al imponente edificio de piedra roja.
El fresco y florido patio de entrada estaba bien vigilado por un enorme león rojo de mirada desafiante. Ellos estaban orgullosos de ese león. Las historias que les había contado su maestro acerca de esos leones y de otros valiosos recuerdos que albergaba el museo, les había concienciado de la fortaleza lejana de su pueblo y de la riqueza que un día albergó su país y su ciudad.
Su maestro les esperaba como cada jueves en el estanque del loto, justo en el centro del museo Jemer.
En este tranquilo entorno, con el reposo y con la sabiduría adquirida en el monasterio de la montaña donde pasó dos años, el joven maestro enseñaba a los niños historias acerca de su glorioso imperio pasado, e intentaba inculcarles el amor a la naturaleza y al pacifismo.
Los niños le escuchaban con atención, era el único maestro que tenían en la semana y había que aprovechar todas sus enseñanzas.
Los niños y el maestro hablaban y escuchaban durante toda la mañana y a veces hasta bien entrada la tarde, cuando la luz se atenuaba y el museo comenzaba a cerrar perezosamente.
A veces, algunos visitantes del museo, robaban la atención del maestro, y él los acompañaba en una parte de su visita y les contaba las historias del misterioso Rey Leproso, otras que relataban la fuerza de Garuda o la inmortalidad de Shiva y de Vishnú.
Los niños aguardaban su vuelta y aunque no lo esperaran, había veces que el maestro les daba unos rieles, parte de lo que los visitantes le habían dado a él.
Este era otro aliciente de sus largas clases, y aunque no era el objetivo, pues querían aprender, siempre era de agradecer tener algo de dinero.
La tarde caía, y los niños, tras despedirse de su maestro, marchaban del museo hacia la orilla del río Tonle. Allí a veces se reunían con la familia y cenaban de forma improvisada, por lo que podía ser un buen plan para acabar el día.
Al salir del museo daban un paseo por las calles, que ahora estaban en plena ebullición ruidosa de bicicletas, motos, rickshaw y contaminantes tuk-tuks.
Cuando llegaban a la plaza de los cafés cercana al río, el ajetreo de la ciudad había ido decayendo y el insoportable ruido circulatorio de las calles más administrativas y ordenadas, era sustituido de nuevo por la relativa tranquilidad de estas calles más desvencijadas y sin asfaltar y también más sucias con la basura acumulada del día.
El ruido nunca desaparecía del todo, ya que el caos circulatorio y su ruido inseparable, eran sustituidos paulatinamente por el bullicio humano de la vida en los cafés y por las ruidosas y animadas reuniones familiares de las orillas del Tonle.
El sol iba dejando escapar sus últimas luces para iluminar de soslayo las oscuras calles que las pocas y tímidas farolas aún no se atrevían a iluminar.
Solo las luces de algunos restaurantes y la iluminación más temprana del Foreing Correspondents Club (FCC), solo frecuentado y asequible a los dineros de viajeros de otras tierras, rompía el miedo y, también tímidamente, iluminaban tenuemente el bulevar del margen del río.
Esa noche, en la calurosa terraza, los niños soñaron con un árbol que subía al cielo y que aunque parecía espinoso, eran sus millares de ramas entrelazadas, de apariencia agresivamente espinosa, las que les permitían ascender y ascender, viendo desde lo alto las puntas de las estupas y de las torres del palacio real y de las pagodas, como si estuvieran volando sobre Garuda.
Fue un bonito sueño antes del excitante día de mercado que se avecinaba.
El mercado central era un laberinto divertido. Tanto fuera como dentro, los tenderetes y puestos se desparramaban por doquier.
Por dentro, bajo el techo abobedado art decó, se esparcían tiendas de relojes, oro y plata, bisutería y pantalones vaqueros y otras ropas. Por fuera todos los tenderetes que pudieras imaginar.
Los niños iban todos los viernes a intentar vender sabrosas porciones de coco que su madre había preparado la noche anterior. Solían venderlas todas sin problema, ya que resultaban refrescantes para el calor a veces insoportable en algunas partes del mercado.
Además, siempre acababan yéndose a casa con algunas viandas, pescado o alguna verdura, que tenderas que les conocían bien, les regalaban al final del día de lo que les hubiera quedado sin vender.
Siempre que los niños llegaban a esta zona del mercado, tenían la misma tentación. Escarbaban en sus bolsillos buscando los rieles que su maestro les había dado el día anterior, cuando marchó a contar historias de reyes y dioses a los turistas visitantes del museo.
Miraban el tenderete y acariciaban las monedas en sus bolsillos, sin que se vieran, mientras daban vueltas a lo que iban a hacer. Recordaban los consejos de su maestro acerca del sacrificio, del respeto a la naturaleza y de cómo había que evitar los caprichos innecesarios para purificar el cuerpo y el alma.
La tentación siempre acababa venciendo. Se miraban de reojo los dos niños, rebuscando sus monedas tintineantes, luego no se lo contarían a su maestro, no lo consideraban ningún pecado, solo pensaban en lo buenas que estaban esas chuches que se apilaban en montañitas deliciosas, esperando que ellos las degustasen una vez más.
Sacaban las monedas de sus bolsillos y se acercaban al puesto mientras la observadora tendera ya les espetaba -A ver hermosos, ¿Qué queréis?-
-Dos arañas caramelizadas y un cucurucho de cucarachas fritas con miel-
Photopass de lujo: Bob Gruen.
En las revistas de rock, además de los redactores que definen e identifican, con sus estilos de crónica, la acidez crítica del musical tabloide, también los fotógrafos definen dicho estilo y dan a la revista rockera un determinado envoltorio fotográfico identificador. Y así, se identifica la revista Rock & Folk con Claude Gassian, se identifica la revista New Musical Express (NME) con el fotógrafo Anton Corbjin, o a Annie Leibovitz con la revista Rolling Stone.
La revista Rock Scene, fundada a mitad de los años 70 y publicada desde New York, mitad fanzine y mitad revista de cotilleo rock, tenía a su propio envoltorio identificador o marca fotográfica de la casa: Bob Gruen. En Rock Scene, Bob realizó desde fotonovelas rock, reportajes completos de giras y retratos, y su especialidad: las portadas. En esta disciplina, también destacaron sus trabajos para la revista Creem, sumándose esta credencial desde Detroit a su rico bagaje neoyorquino.
Bob Gruen conoció de primera mano a muchas bestias sagradas del rock’n’roll, y destacó su profundo conocimiento y relación cámara en mano con Sex Pistols y The Clash. Testimonió como nadie el ambiente punk de Londres de 1977 tal y como destiló en varios libros fotográficos de memoria punk donde participó y de los que podríamos destacar sus aportaciones al libro Please Kill Me.
Mantuvo también una estrecha relación de amistad con John Lennon y Yoko Ono cuando éstos estaban viviendo en Nueva York desde principios del año 71 y tenemos múltiples fotografías de la pareja y su banda firmadas por Bob, que han pasado a la historia del Rock y al inconsciente colectivo.
Esta relación con John y Yoko, le permitió acercarse a los inconformistas The Clash, que no se fiaban de ningún reportero. El acercamiento fue favorecido por un lado, por el profundo respeto que Los Clash sentían por John Lennon y por otro lado por que las revistas Rock Scene y Creem eran las únicas revistas que en Inglaterra, respetaban The Clash. Las demás les parecian pura basura.
Bob Gruen retrató también a Led Zeppelin, Bay City Rollers, Kiss, The Who, Debbie Harry y su grupo Blondie, Ramones, Ike y Tina Turner, Patti Smith, New York Dolls y decenas de otros grupos de la escena Rock.
Con muchos de ellos también realizó grabaciones en video, y aunque Bob consideró esto como un hobby, algunas de ellas se llegaron a emitir en alguna televisión por cable.
Entre su bibliografía indispensable tenemos los libros fotográficos: Chaos: The Sex Pistols (Music Sales, 1991), Sometime in New York City (Genesis, 1995), Crossfire Hurricane: 25 Years of the Rolling Stones (Genesis, 1998), The Clash: Photographs by Bob Gruen (Music Sales, 2004), John Lennon : The New York Years (Stewart Tabori, 2005), New York Dolls: Photographs by Bob Gruen (Abrams Image, 2008). También tiene editado un DVD de su archivo videográfico dedicado a los New York Dolls: All Dolled Up (2005).
Bob Gruen, un fotógrafo rockero.
We Used To Be Friends.
El pasado 14 de mayo, estaba en la manifestación por la defensa del trabajo que colapsó Madrid y que reunía a sindicalistas de toda Iberia, Francia, Italia y Andorra, convocados por la CES (Confederación Europea de Sindicatos), con mi bandera de Comisiones Obreras, defendiendo el empleo, eso que necesitamos para vivir aunque odiemos, y que según los católicos es a lo que nos condenaron cuando nos echaron del paraíso terrenal, y me encontré con mi amigo Kiko entre tanto gentío, más de cien mil personas. Toda una suerte y algo casi increible.
A mi amigo le conozco desde hace más de 20 años, y es un buen guitarrista y músico. Muy rockero y buen compositor. Con él asistí a muchos conciertos inolvidables que forman parte de nuestra historia del rock’n’roll en primera persona. O sea que nos teníamos cariño y tenemos muchas juergas y correrías por las salas de conciertos madrileñas de entonces.
Pero llevábamos sin vernos unos 6 años, tal vez más. Y allí estuvimos en esta mañana soleada de primavera, con nuestras banderas de color sangre roja obrera, él de Guadalajara y yo de Madrid, que es donde yo trabajo a pesar de ser arriacense como él, escuchando los discursos, demasiado largos, de muchos líderes sindicalistas españoles y europeos, con los que estábamos de acuerdo sobre todo en la desvergüenza y el descaro inmoral de algunos empresarios en este tiempo de crisis.
Luego nos despedimos, prometiéndonos vernos más a menudo.
Y todo esto, me recordó una canción titulada “Solíamos ser amigos” y que me apetece dedicarle.
Esta canción, desde que salió en 2003, en el disco “Welcome To The Monkey House” de The Dandy Warhols, no me ha aburrido ni una sola vez de las que la he escuchado.
No voy a contar nada sobre el grupo o sobre la canción, solo la pongo y añado las letras original y traducida, y que cada cual las disfrute como quiera.
Solíamos ser amigos, solo acuérdate de mi.
The Dandy Warhols – We Used To Be Friends.
A long time ago, we used to be friends
But I haven’t thought of you lately at all
If ever again, a greeting I send to you,
Short and sweet to the soul is all I intend.
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
Come on now, honey,
Bring it on, bring it on, yeah.
Just remember me when you’re good to go
Come on now, sugar,
Bring it on, bring it on, yeah.
Just remember me when.
It’s something I said, or someone I know.
Or you called me up, maybe I wasn’t home.
Now everybody needs some time,
And everybody know
The rest of it’s fine
And everybody knows that.
Come on now, sugar,
Bring it on, bring it on, yeah.
Just remember me when you’re good to go
Come on now, honey,
Bring it on, bring it on, yeah.
Just remember me when.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends, hey hey
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A long time ago, we used to be friends
But I haven’t thought of you lately at all
If ever again, a greeting I send to you,
Short and sweet to the soul is all I intend.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends a long time ago.
We used to be friends,
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
The Dandy Warhols -Solíamos ser amigos
Hace mucho tiempo, solíamos ser amigos
Pero no he pensado mucho en ti últimamente
Si de nuevo alguna vez, un saludo te envío,
Ser breve y gratificante es toda mi intención.
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
Vamos, cariño,
Adelante, atrévete, sí.
Sólo recuerdame cuando estés lista para partir.
Vamos, cielo
Deprisa, deprisa, sí.
Sólo acuerdate de mí.
Es algo que dije, o alguien que conozco.
O tú me llamaste, y no estaba en casa.
Todos necesitamos un descanso,
Y todos lo sabemos.
Lo demás esta bien
y todos lo saben.
Vamos, cariño,
Adelante, atrévete, sí.
Sólo recuerdame cuando estés lista para partir.
Vamos, cielo
Adelante, atrévete, sí.
Sólo acuerdate de mi.
Solíamos ser amigos hace mucho tiempo.
Solíamos ser amigos hace mucho tiempo.
Solíamos ser amigos, hey hey.
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
Hace mucho tiempo, solíamos ser amigos
Pero no he pensado mucho en ti últimamente
Si de nuevo alguna vez, un saludo te envío,
Ser breve y gratificante es toda mi intención.
Solíamos ser amigos hace mucho tiempo.
Solíamos ser amigos hace mucho tiempo.
Solíamos ser amigos, hey hey.
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh
A, ah-ahh-ahh-ahh.
Circe, bebedizos inmortales.
Escama de dragón, diente de lobo,
Humores de momia, fauces y entrañas
De voraz tiburón de agua salada,
Raíz de cicuta arrancada en la noche,
Hígado de blasfemo judío,
Hiel de macho cabrío y esquejes de tejo
Plantado bajo el eclipse de luna,
Nariz de turco y labio de tártaro,
Dedo de recién nacido estrangulado
A la charca arrojado por una ramera.
Así describía Shakespeare en Macbeth los inquietantes bebedizos de bruja. Pociones de magia medicinal elaborados por hechiceras para envenenar, despertar el amor o hacer alguna clase de mal. Tanto si contenían ingredientes con propiedades medicinales o mortalmente tóxicas, los bebedizos y pociones incluían siempre sustancias misteriosas o nocivas de naturaleza mágica.
Pero no todas las brujas siguieron el cliché expresado en Macbeth de un grupo de viejas arpías acurrucadas en torno a una humeante caldera, de noche, murmurando encantamientos entre los vapores nauseabundos. La magia de los sacerdotes, hechiceros, videntes y adivinos, astrólogos, oráculos y profetas fue altamente respetada en todos los pueblos antiguos y la mayoría de magos eran estudiosos de la naturaleza y eran más instruidos o más inteligentes que sus otros compañeros simples mortales.
Las brujas descritas por los autores griegos y latinos eran de ordinario mujeres que empleaban la magia con fines amatorios. Afrodisiacos, filtros amorosos, encantamientos y hechizos para lograr la seducción, eran la principal ocupación de las hechiceras clásicas, como las magas Medea o Circe.
Circe, según unos hija de Elio, otros dicen que era hija de Hécate, representa la seducción. Arquetipo de la mujer que no solo por sus conocimientos de magia y sus bebedizos, sino también por su encanto, por su hechizo sexual, por su atrayente belleza, hacía lo que quería con los hombres.
Circe era especialista en la fabricación de filtros y bebedizos que le permitía aplicar la metamorfosis a los hombres. Así convirtió a los hombres de Ulises en puercos, mientras estaba rodeada de infinidad de animales en su palacio que bien podrían ser hombres de paso que sirvieron de carne de laboratorio para sus prácticas de magia, o sus amantes desheredados y aburridos.
Esta maga, considerada por muchos antiguos como una ninfa, vivía en la isla de Ea y Homero, en el canto X de La Odisea, narra sus poderes y el amor que le unió con Ulises:
“ ¡Oh queridos! Ahí dentro alguien hay que canta y que teje
en un amplio telar y la casa resuena a su canto
melodioso, sea diosa o mujer; pero alcemos el grito.
Tal les dijo, gritaron los otros llamando y la diosa,
tras abrir las espléndidas puertas, salió e invitólos
a que entrasen. Siguiéronla allá sin saber lo que hacían;
solo Euríloco fuera quedo sospechando el engaño.
Ya en casa los hizo sentar por sillones y sillas
y, ofreciéndoles queso y harina y miel verde y un vino
generoso de Pramno, les dio con aquellos manjares
un perverso licor que olvidar les hiciera su patria.
Una vez se lo dio, lo bebieron de un sorbo y, al punto,
les pegó con su vara y llevólos allá a las zahúrdas;
Ya tenían la cabeza y la voz y los pelos de cerdos
y aún la entera figura, guardando su mente de hombres.
Al mirarse en su encierro lloraban y dábales Circe
de alimento bellotas y hayucos y bayas de corno,
cuales comen los cerdos que tienen por lecho la tierra. “
Cuando Circe convierte en cerdos a los hombre de Ulises, Euríloco regresa apresuradamente al barco y se lo cuenta aterrorizado a Ulises. El rey de Ítaca se encamina al hermoso palacio de piedras pulidas donde mora la poderosa maga. Odiseo se acercaba al palacio y de repente se encontró con el divino Hermes (Mercurio), que le entregó una hierba de negra raíz con una flor de color de la leche, “moly” la llamaban los dioses, y que protegía del encanto de Circe.
Cuando Circe comprobó que sus bebedizos y hechizos no daban resultado con Odiseo, le sedujo y se acostó con él, intentando hechizarle de otra forma bien conocida por ella. Finalmente se enamoró. Cumpliendo su promesa, Circe devolvió la forma humana a los hombres de Ulises, que se quedaron en la isla de Ea durante un año.
Los hombres de Ulises estaban ya impacientes por regresar a tu tierra, y Ulises le planteó a Circe la necesidad de partir a su patria, Ítaca. La hechicera enamorada lo entendió y le dio todo tipo de consejos para que llegase sano y salvo a su destino. Circe, conocedora de las ciencias oscuras de la naturaleza y el mundo subterráneo, le indicó como llegar hasta el Hades, donde confluyen el río de las Llamas y el río de los Llantos, la tierra subterránea de los muertos. Allí tendría que hablar con el adivino Tiresias que le ilustraría acerca de la suerte y los peligros de su viaje.
Circe ha sido inspiración para artistas, poetas y músicos a través de los tiempos, desde la remota antigüedad.
Sus bebedizos inmortales siguen encandilando y hechizando hasta nuestros días.
La Isla Soñada de James Gurney.
Cuando era pequeño sentía una especial fascinación por los dinosaurios, cuanto más carnívoros y salvajes más me atraían, el Tiranosaurio era el rey. Luego conocí al Triceratops, al Diplodocus y al Pterodáctilo y empezaron a desbancarle y desde luego siempre soñé con tener uno de mascota, e incluso hablar en su idioma. No me preocupaba de donde sacaría tanta comida para alimentarles, eran unos magníficos sueños.
Imaginarse una isla pequeña y aislada donde viven dinosaurios ya lo puso en práctica Steven Spielberg en sus parques jurásicos, pero que además esa pequeña y remota isla esté habitada también por humanos y se lleven bien con esos gigantes animales, solo se le podía ocurrir a un crio soñando o a un arqueólogo amante de los dinosauros.
Y eso precisamente es lo que se le ocurrió a James Gurney. Californiano nacido en 1958, Gurney se licencio con honores en la universidad de Berkeley en Arqueología y fue ahí donde comenzó su pasión por los dinosaurios. Posteriormente estudió en el Colegio de Arte y Diseño de Pasadena, donde desarrollo una magnífica técnica y capacidad artística para ilustrar todo lo que le echasen.
En 1992, su pasión no oculta por los dinosaurios le llevó a crear Dinotopia, una serie de libros ilustrados basados en los diarios del explorador Arthur Denison, que descubre tras naufragar con su hijo en 1882, una isla aislada y a la que bautiza con la contracción de Dinosaurio y utopía: Dinotopía. En esta serie escrita e ilustrada por James Gurney, se describe la vida en esa isla y como los humanos y los dinosaurios conviven en paz y en sociedad. Son estos libros esquisitos entramados que mezclan el arte de la ilustración de Gurney con la ciencia, la exploración y la invención.
Gurney ya ha escrito cuatro volúmenes de esta serie de libros ilustrados de arte y aventuras, Dinotopia: A Land Apart from Time, Dinotopia: The World Beneath, Dinotopia: First Flight y el más reciente aparecido en Octubre del 2007: Dinotopia: Journey to Chandara.
Esta serie de libros son una maravilla. Recogen el espíritu descubridor y aventurero de otros viajeros incansables como Marco Polo o como Gulliver. Están repletos de magníficas ilustraciones sobre la vida en esta utópica isla y donde podemos deleitarnos con hermosos paisajes e imponentes ciudades donde se desarrollan escenas cotidianas en esta curiosa sociedad.
La sabiduría que pretende también inculcar esta serie de libros al lector es del todo saludable y edificante, y así el Código de Dinotopia indica entre otras cosas:
Supervivencia de todos o de nadie
Una gota de lluvia engorda el mar
Las armas son enemigas hasta de sus dueños.
Da más, toma menos
Los demás primero, uno al final
Observa, escucha y aprende
Haz las cosas una por una.
Canta todos los días
Ejercita la imaginación
Come para vivir, no vivas para comer
Esta magnífica obra ha sido trasladada al mundo de los juegos de ordenador y también se realizó una miniserie de TV, que si bien difiere en muchos aspectos de la historia original de los dos primeros volúmenes de la serie Dinotopia de Gurney, en los que se basa, nos acaban acercando a esta imaginaria isla remota y a su modo de vida pacífico entre especies tan distintas y lejanas en el tiempo.
Pero estas obras no son las únicas donde James Gurney ha disfrutado dibujando dinosaurios o simplemente dibujando En 1981 y 1982 trabajó de ilustrador y pintor de fondos escénicos para el film de animación Fire and Ice (1983) producido por Ralph Bakshi y por Frank Frazetta ¡nada menos! Para esta tarea Gurney produjo más de 500 pinturas.
Desde 1980 hasta ahora, trabaja de ilustrador por libre y ha dibujado múltiples portadas de libros y revistas de ciencia ficción y fantasía. Es muy destacable también sus colaboraciones para la revista National Geographic, para las que ha ilustrado temas tan diversos como los Dinosaurios Patagónicos, los indios Moche peruanos, los etruscos, Ulises o Jasón y los argonautas.
También, al igual que Mark Susinno, ha ganado varios concursos de sellos artísticos para correos de U.S.A. en varios estados, entre los que podemos destacar la serie de 15 sellos “The World of Dinosaurs” y de la que se emitieron más de 200 millones de copias.
Para saber más de la obra de este magnífico y dino-obsesionado artista podéis consultar los enlaces siguientes de la red, que además de estar diseñados de forma exquisita, no tienen desperdicio y permiten conocer a fondo la obra de este genial artista: El mundo de Dinotopia, La página Web de James Gurney y su blog, La editorial Andrews McMeel, editora de Dinotopia.
La isla de James Gurney,Dinotopia, está autorizada para todos los públicos…
¡y recomendada por supuesto!