Al frenético ritmo de Jim Flora

23 febrero 2010 at 22:00 (Ilustración, Música)

El ilustrador Jim Flora (1914-1998) marcó su ritmo endiablado en multitud de portadas de discos de jazz editados por Columbia Records y por RCA Victor durante los años 40 y 50.

Aunque su obra no es muy conocida por el gran público, muchos amantes del Jazz, coleccionistas de viejos discos, coleccionistas de vintage, nos ayudan con su testimonio y sus adquisiciones para que descubramos y consideremos a Flora como uno de los más importantes ilustradores y diseñadores del siglo XX,  con un prolífico trabajo que se puede constatar en campos tan diversos como la publicidad, las publicaciones periódicas, los discos de jazz o los cuentos infantiles.

Nació en Bellefontaine, una pequeña ciudad del estado de Ohio, en 1914. Desde niño fue muy aficionado a la música y al dibujo.  Vivió los difíciles años de la Gran Depresión en Boston y finalmente, en 1934 se trasladó a Cincinnati, para estudiar arte en la Art Academy.

En esta etapa de su vida, conocería a Robert Lowry con quien fundaría la modesta revista Little Man Press, una publicación literaria donde Flora desarrollará su talento artístico realizando dibujos, tallando tipografías en madera, y desarrollando todo tipo de labores creativas supliendo las carencias materiales con imaginación. Jim recordaba en una entrevista de 1990 aquellos años: «Como sólo teníamos un juego de tipos, íbamos haciendo las páginas enfrentando la primera con la última, la segunda con la penúltima… Al final, si lo habíamos hecho bien, teníamos que encontrarnos en el centro del pliego. Si no, rellenaba los huecos con dibujos míos«.

En Cincinnati, comenzó a trabajar para la empresa Procter & Gamble realizando folletos y anuncios publicitarios para los puntos de venta.

Gran aficionado al jazz, pensó que los diseños de portadas con que el sello Columbia estaba reeditando sus grabaciones de 78 rpm eran bastante mediocres y que sus dibujos encajarían mejor y atraerían más la atención del público, aumentando por consiguiente las ventas.   Dio a conocer su idea y su trabajo a uno de los directivos de la Columbia en Nueva York, Alex Steinweiss. No tardó en incorporarse en el departamento de música popular y jazz de aquella compañía.

Esto le permitió desarrollar un trabajo más atractivo. Además de recibir los discos de sus músicos favoritos desde la fábrica antes de que salieran a la venta, se podía permitir  incluso asistir a algunas de las sesiones de grabación portando su block de bocetos como salvoconducto.

Jim Flora conseguiría una gran libertad creativa en el sello Columbia y lo recordaría posteriormente con estas palabras: «La gente de hoy en día no podrían hacer lo que hicimos entonces. Hay mucho cuento a propósito de las cubiertas de los álbumes y de cómo deberían hacerse. Todo el mundo opina. En aquella época, casi todo lo que hacíamos era aceptado«.

Llegará dentro del sello discográfico a los cargos de director de arte, gerente de publicidad, gerente de promoción y ventas. Unos trabajos alejados de su pasión artística y con una agenda repleta de reuniones donde no se hablaba ni de música ni de arte, sino de ventas, balances y estrategias empresariales. Finalmente abandonará la Columbia, trasladándose a México con su familia hasta 1959.

Después de esta fecha trabajaría para el sello discográfico RCA-Victor, como ilustrador de portadas, compaginando dicho trabajo con la realización de ilustraciones para docenas de  publicaciones (Fortune, New York Times o Look…) y para algunos libros infantiles.

Este maestro de la ilustración tiene un estilo divertido, diabólico y algo alucinado. Muy rítmico y lúdico.

Sus obras están llenas de vitalidad y colorido. Criaturas extrañamente serpenteantes, yuxtapuestas en medio de torres de palillos retorcidos. Trombones que se aferran a las manos como si fueran nudos de estibador.

Una energía estridente donde se proyecta armonía y equilibrio. Un caos ordenado donde leyendas, como Sinatra, Benny Goodman, Louis Armstrong o Gene Krupa, se verían retratados de forma descabellada con sus rostros verdes y morados.

Pero no todos los diseños de Jim Flora fueron tan desenfrenados como los que realizó para los sellos discográficos mencionados, también hizo maravillosas incursiones en la ilustración de cuentos infantiles, entre los que podemos destacar The Day the Cow Sneezed (1957), Kangaroo for Christmas (1962), The Great Green Turkey Creek Monster (1976), y Grandpa’s Ghost Stories (1978).

Algunas entradas muy interesantes relativas a la vida y obra de Jim Flora podéis encontrarlas a continuación:

La página Oficial de Jim Flora contiene galerías y enlaces muy interesantes.

Jim Flora Art, página oficial muy completa, montada por la familia Flora y donde se pueden comprar también algunos de sus trabajos originales y reproducciones de serie limitada.

Más portadas de Jim Flora, información de los discos y enlaces para comprarlos.

Un artículo muy completo de Ward Jankins acerca del cuento The Day the Cow Sneezed.

Dos libros acerca de su obra totalmente recomendables:

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Chattanooga Choo Choo

17 febrero 2010 at 22:00 (Cine, Drama, Música)

En 1954, el grandioso Anthony Mann facturaría una de las mejores biografías musicales surgidas de Hollywood. The Glenn Miller Story (aquí titulada Música y lágrimas), era principalmente un tributo a uno de los grandes de las Big Band.

La película no era meramente una excusa para incluir un gran cantidad de interpretaciones musicales, sino que incluía además un buen guión de Valentine Davies y Oscar Brodney, que desgranaba la vida de Glenn Miller, desde sus comienzos cercanos a la pobreza hasta la consecución del sonido especial que caracterizaría sus arreglos y que le llevarían finalmente al éxito y a la riqueza.

Interpretada por James Steward, actor favorito de Anthony Mann, y por June Allyson, que lograría el mejor papel de su carrera interpretando a la mujer de Miller, The Glenn Miller Story tenía una buena colección de interpretaciones musicales por exigencia del guión melodramático, y esto precisamente es lo que diferenciaba esta película, sobre la vida de un músico y su música, de los filmes musicales de la época, que solían contener una buena cantidad de números musicales, también por exigencias del guión pero sin ceñirse a la tangible realidad.

Para hacernos una idea tengamos en cuenta que ese año, este filme musical, combatiría por los Oscar de Hollywood con otros musicales tales como Seven Brides for Seven Brothers (Siete novias para siete hermanos), Brigadoon, Carmen Jones o la obra maestra A Star Is Born (Ha nacido una estrella).

Entre los números de The Glenn Miller Story podemos destacar la maravillosa escena del club de jazz donde se beben tacitas de café, llenas de ginebra, y donde Louis Armstrong invita a Gene Krupa a interpretar el tema de Spencer Williams: Basin Street Blues.

No solo aparecerán en esta película estos dos genios del jazz sino otros que también tuvieron que ver en la vida y la carrera de Glenn Miller, tales como Ben Polack, Frances Langford,  The Archie Savage Dancers, The Modernaires.

A continuación la escena que narra la prueba que Glenn Miller hizo para ingresar en la banda de jazz de Ben Polack y donde Ben Polack hace de sí mismo.

Chattanooga Choo Choo interpretada por Frances Langford con The Modernaires en otra escena de la película de Mann.

Todos estos números musicales estaban dirigidos por Kenny Williams (Dance Director)  y Joseph Gershenson (Music Director) y la adaptación musical corrió a cargo de Henry Mancini.

El merito de esta película, considerada con razón como una de las mejores biografías musicales jamás rodadas, hay que atribuírselo sin duda a Anthony Mann. Por una vez, este director pudo utilizar el aspecto de la personalidad de James Steward que la mayoría de la gente asociaba con él, el de buena persona. Tras dirigir a Steward en personajes casi psicópatas en las películas del oeste, permitió en esta historia que el lado encantador y relajado de su personalidad ocupara el primer plano.

Gracias a esta caracterización muy agradable, el público creería realmente que Steward es Miller. Esta sensación se ve además aumentada por el carácter ligero, casi improvisado, de las escenas entre Steward y Allyson.

El paisaje que Mann retrata en este filme es la propia música.


Esta otra interpretación de Chatanooga Choo Choo no pertenece a la película de Anthony Mann, sino al film «Sun Valley Serenade» de 13 años antes. Aquí podemos ver al auténtico Glenn Miller y a su orquesta y las performances para esta canción hechas por The Modernaires y los  Nicholas Brothers.

Hey there Tex, what you say?
Step aside partner, it’s my day
Lend an ear and listen to my version
(Of a really solid, Tennessee excursion)
Pardon me boys, is that the Chattanooga Choo Choo?
(Yes Yes) Track 29!
Boy you can give me a shine
(Can you afford to board, the Chattanooga Choo Choo?)
I’ve got my fare
And just a trifle to spare
You leave the Pennsylvania station ‘bout a quarter to four
Read a magazine and then you’re in Baltimore
Dinner in the diner, nothin’ could be finer
(then to have your ham and eggs in Carolina)
When you hear the whistle blowin’ eight to the bar
Then you know that Tennessee is not very far
Shovel all the coal in
Gotta keep it rollin’
(Whoo Whoo Chattanooga there you are)
There’s gonna be, a certain party at the station
Satin and Lace
I used to call funny face
She’s gonna cry
Until I tell her that I’ll never roam
(So Chattanooga Choo Choo)
Won’t you choo choo me home.
Get aboard…
All aboard…
Chattanooga choo choo
Won’t you choo choo me home

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Los bravos de Henry François Farny.

10 febrero 2010 at 22:00 (Historia, Ilustración, Naturaleza, Pintura)

Henry François Farny nació europeo en 1847, en Ribeauville, Francia.  Debido a la situación política tumultuosa francesa,  su familia emigró a Estados Unidos en el año 1853 y se instaló en  Warren, Pensylvania, donde Henry tomaría su primer contacto con el tema que le apasionaría durante toda su vida. Fue con los pieles rojas de una reserva de Indios Seneca, los Onandaigua, cercana a su casa y a los que su madre, Jeanette, daba tratamiento médico.

La familia Farney acabó estableciéndose en Cincinnati, Ohio, donde Henry François comenzó su carrera como ilustrador para revistas, periódicos e ilustrando algunos libros para niños. Vivió brevemente en New York trabajando como ilustrador y caricaturista para Harper’s Weekly.

Siguiendo el camino de muchos otros artistas americanos, Farny viajó a Europa para estudiar arte durante tres años. Roma, Dusseldorf, Viena y luego Múnich.  En Düsseldorf, Farny no sólo adquirió las habilidades técnicas de los maestros locales, sino que también conoció a Albert Bierstadt, que le animó a viajar al oeste americano. Su estancia en Munich le permitió aprender a interpretar la brava pincelada y la oscuridad, de la mano y la paleta de Frank Duveneck, eminente artista americano que trabajaba en ese momento en el sur de Alemania.

La formación recibida en Europa proporcionó a Farny ideas avanzadas y sofisticadas del siglo XIX, lo que le ayudaría a representar el Oeste y a los nativos americanos de una manera más moderna, realista y a la vez idílica.

En 1879 sería el ilustrador jefe de las McGuffey Reader Series, donde, de las más de 300 ilustraciones producidas, 76 serían realizadas por él.

El primer viaje de Farny al Oeste se realizó en 1881, para presenciar la captura de Sitting Bull. Llegó tarde, justo después de la rendición del famoso jefe indio en Fort Yates. Aprovechando que estaba allí, se quedó y se convirtió en un participante activo en la vida social de los indios de las praderas que vivían cerca de la fortaleza, a lo largo del río Missouri.

Su primera pintura de la serie del Oeste se tituló “Tribes of the Plains” y fue vendida de inmediato.

Farny regresaría de nuevo al Oeste en 1883 y 1884, para presenciar el acabado del tramo final de la Northern Pacific Transcontinental Railroad y de paso ilustrar un artículo al respecto para Century Magazine. En estos viajes conoció por fin al jefe  Sitting Bull, al general, posteriormente elegido presidente, Ulises S. Grant y al presidente  Theodore Roosevelt.

Durante sus repetidas visitas al Oeste en la década de 1890, reunió material para trabajar en óleos y gouaches que más tarde completaría en su estudio de Cincinnati.

Era muy apreciado por los indios, que le conocían también por su obsesión de coleccionar artefactos y accesorios de la tradición de sus pueblos. Con los indios Sioux de Fort Yates, reunió múltiples artefactos como collares de dientes de búfalo, gorros de guerra, bolsas de tabaco. Estos artículos junto con sus bocetos y fotografías, propias o compradas le documentaron a conciencia. Trasladó de primera mano toda su experiencia en el Oeste americano a sus pinturas.

En contraste con otros de sus contemporáneos, quienes empleaban efectos nada naturales de luz y atmósfera para crear situaciones de drama y emoción, Farny tuvo éxito al retratar estos sentimientos y situaciones con una inusual sutileza y armonía, que en definitiva, eran más acordes con la realidad.  Con estos argumentos recreará y repetirá con frecuencia escenas y acontecimientos que presenció en las praderas y montañas.

Este artista es muy respetado por los estudiosos y conocedores del arte americano y además de gozar de los mayores elogios por su trabajo, hoy en día sus obras alcanzan cifras importantes en las galerías de arte. Millard F. Rogers, Jr., director del Museo de Arte de Cincinnati, señaló que entre los pintores de los Indios Americanos y el Oeste, no hay ninguno mejor que Henry F. Farny. Se conocen más a otros artistas como Frederic Remington o Charles M. Russell, pero ninguno de ellos llegó al nivel de Farny, a su cuidadosa representación de los paisajes del oeste, su descripción comprensiva de los Indios Americanos, a su pintura lúcida para representar los incidentes dramáticos en el Far West.

La integración del hombre con la naturaleza. Bravos guerreros sioux o apaches en inmensos y sobrecogedores paisajes. Visiones estimulantes y liberadoras de un pasado siglo XIX para un siglo XXI, también un poco perdido.

Otras entradas del jergón relacionadas con el lejano Oeste americano:

El Salvaje Oeste de Charles M. Russell.
Hoka Hey.
Aquel Pistolero de Cheyenne.
Llamando a las Puertas del Cielo.
WWW por el maestro Masamune.
Blueberry.

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El deber y no pagar.

4 febrero 2010 at 22:00 (Cine, Cine de Aventuras, Cine Histórico, Comics, Drama, Fotos, Historia, Literatura, Música, Novela, Pintura)

El cosaco en su brioso corcel
Va a la estepa siempre al trote,
Que del mundo es un azote, zote, zote, zote, zote,
Porque nunca va al cuartel
Y si fiero es en la guerra al vencer,
Al volver es más terrible,
Porque trae un hambre horrible
Y de genio está imposible
Y su encanto es el deber.
El deber, el deber, el deber y no pagar.
Cosacos de Kazán que sobre caballo van sin temor y sin desmayo.
Cosacos de Kazán que en la guerra son un rayo y en la paz un huracán.
¿Dónde irán? ¿Al asalto del caballo?
¿Dónde irán? ¿Cómo y cuándo volverán?
Volverán, que no les parta un rayo.
Volverán mediado el mes de mayo.
Volverán con más plumas que un gallo,
Los cosacos de Kazán

Esta canción de la zarzuela Katiuska de Pablo Sorozábal retrata muchos de los tópicos que sobre el pueblo cosaco, y sus guerreros, llenaron mi cabeza en la niñez, Miguel Strogoff de Julio VerneTaras Bulba de Nikolái Gógol hicieron el resto.

Aunque el correo del zar se las veía contra los tártaros y el rudo Taras Bulba con los polacos, sus periplos por las frías estepas del imperio, les conducirían por inhóspitos lugares que fueron conquistados y colonizados en su día por otros insignes cosacos, esta vez reales y no de ficción. Conquistadores y colonizadores de Siberia, estos temibles guerreros mantuvieron a raya a los tártaros, a los chinos, a los polacos, a los franceses e incluso al propio pueblo ruso.

Desde Hollywood se proyectó una imagen heroica y romántica del mundo de los cosacos.

Entre los primeros films que trataron la temática cosaca destaca el producido en 1928 por la Metro Goldwyn Mayer, The Cossacks. Película muda basada en la obra homónima de Lev Nikoláyevich Tolstói, escrita en 1863. Fue dirigida por George Hill y protagonizada por el galán John Gilbert. Mostraba la vida en un pueblo cosaco y sus escarceos bélicos con los tártaros. También reflejaba una sociedad eminentemente machista donde los cosacos se dedicaban a guerrear mientras las mujeres trabajaban el campo. La escena final no podía ser más explícita respecto a esto. La mujer se aferraba a los brazos del valiente cosaco en su caballo, después de haber sido rescatada y le decía: “Lukashka, te amo… Lukashka, trabajaré para ti… Lukashka, yo seré tu esposa devota… Dios es todopoderoso”.


También es muy destacable la adaptación de Taras Bulba que realizó J. Lee Thompson en 1962. Protagonizada por Yul Brynner y por Tony Curtis, retrataba la vida guerrera del cosaco inmortalizado por Nikolái Gógol y algunas de sus más fuertes convicciones: la lealtad y el honor.

De lo que no cabe duda es que estas visiones, muy entretenidas pero algo edulcoradas, de las duras condiciones de vida del pueblo ruso y del carácter endurecido de la raza cosaca,  tenían una base real. Los gobiernos de la madre Rusia, vieron en los cosacos los guerreros ideales y formaron cuerpos de caballería de élite que serían temidos dentro y fuera del imperio zarista.

De ellos llegó a decir Napoleón Bonaparte: “En lo que se refiere a los Cosacos,  honestamente hay que reconocer que fueron ellos los que garantizaron a Rusia el éxito en esta campaña. Los Cosacos son las mejores tropas militares de todas las existentes. Si yo los hubiera tenido en mi ejercito,  podría haber llegado a conquistar el mundo entero

El carácter indomable de estos curtidos guerreros fue bien aprovechado por los zares, y  aparte de poner en jaque al ejército francés o al que se pusiera por delante, fueron  utilizados para reprimir al pueblo en los momentos de mayor pobreza. Cuando las ideas revolucionarias empezaban a asomar en las mentes de los campesinos hambrientos o en las de los obreros descontentos, en las perdidas estepas o en las grandes ciudades y anillos industriales.

En muchas ocasiones los zares consideraban que un régimen de terror era más fácil de administrar y utilizaron a las tropas cosacas para la represión y la persecución de todo aquel que levantara voces discordantes contra el estado monárquico zarista o contra los que simplemente no eran de su gusto, como en las persecuciones étnicas o los pogromos contra los judíos rusos.

El último zar de la dinastía Romanov, Nicolas II, utilizó las unidades cosacas sin miramientos para la represión del pueblo. Recordemos el domingo sangriento del 22 de enero de 1905, en San Petersburgo, cuando la muchedumbre llegó a las inmediaciones del Palacio de Invierno donde las tropas de cosacos, convocadas por el ministro del interior, príncipe Sviatpolsk Mirski, dispararon a matar y atacaron con una carga de caballería produciendo una cifra estimada de 92 muertos.

Se puede ver una representación de esta escena en la película de 1965 dirigida por  David Lean: Doctor Zhivago, protagonizada por Omar Sharif y por la bella Julie Christie.

La revolución de Octubre acabaría con la dinastía de los Romanov, con su asesinato y desaparición. Pero en el confín del imperio, más allá del lago Baikal, donde acaba el ferrocarril Transiberiano y comienza el Transmanchuriano, muchos cosacos se unieron a los ejércitos blancos liderados por el  Almirante Kolchak. Otros creyeron en las ideas revolucionarias y combatieron en el lado bolchevique.

En esta etapa del convulso siglo XX, durante la revolución rusa, muchos cosacos se aferrarían a la idea de combatir con los Blancos para conseguir fundar un estado independiente cosaco que podría desplegarse en tierras de Mongolia y a caballo entre Rusia, China y el Tibet.

En este escenario, en esta lejana guerra, surgirían personajes variopintos con delirios de grandeza que han pasado a la historia como héroes iluminados, como antihéroes viciosos y depravados, como salvajes guerreros a mayor gloria del pueblo cosaco, aunque muchos de ellos son aún denostados por muchos de sus propios compatriotas rusos.

Entre estos guerreros malditos, podemos destacar a Grigory Mikhaylovich Semyonov, o Semenov, atamán cosaco que puso en jaque a las tropas bolcheviques en Manchuria, con un ejército formado por cosacos y voluntarios checoslovacos y apoyado por el ejército imperial japonés.

Descrito como un bandido que paseaba con su tren blindado por la línea Transmanchuriana en busca de riquezas, cometió con sus tropas muchas acciones violentas de pillaje hasta que fue expulsado de territorio ruso en 1921.

Sería capturado en 1945 por paracaidistas soviéticos y condenado por el tribunal supremo de la URSS a morir en la horca. Se dice que sus verdugos le odiaban tanto que utilizaron métodos no permitidos para prolongar su agonía.

Aunque no tan cosaco como Semenov, pero luchando en sus filas, el barón Roman Ungern von Sternberg despierta cierta fascinación dentro del  conflicto blanco del Transbaikal.

Este personaje podría ser considerado como un monárquico iluminado que creía ser la reencarnación de Gengis Kan.

Al igual que el atamán Semenov combatiría contra los bolcheviques con la idea de fundar un imperio asiático poderoso donde vivieran en armonía los cosacos, mongoles, chinos y tibetanos.

El Barón Sangriento acabó también siendo capturado por el ejército rojo y ejecutado frente a un pelotón de fusilamiento.

La idea de formar un imperio donde los cosacos pudieran practicar sus tradiciones sin ser molestados, inclinó a muchos de ellos a colaborar con los invasores alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, formando unidades cosacas integradas en la Wehrmach.

Curiosamente se dieron casos de enfrentamientos entre tropas cosacas combatientes con los alemanes y cosacos integrados dentro del ejército rojo.

La fascinación que despierta el mundo de los cosacos, su aguerrido carácter, no podía dejar de reflejarse en el cómic.

Así podemos encontrar referencias claras en la muy recomendable obra Klezmer de Joann Sfar, donde se retrata a un grupo de marginados, judíos y cosacos incluidos, que viven al ritmo de la música klezmer por las tierras rusas.

También en Ring Circus, con guión de David Chauvel y dibujo de Cyril Pedrosa, podemos encontrar referencias claras a los cosacos, mostrados aquí como defensores y haciendo alguna matanza de campesinos, reconvertidos en bandidos.

Una obra reciente, publicada en edición integral por la editorial Glénat, es Noche en Blanco, donde nos paseamos por la gélida Rusia post-revolucionaria, por las tierras heladas controladas por el movimiento blanco y por las tropas cosacas del atamán Semyonov, por las fiestas anti revolucionarias de Vladivostock y por las aventuras de un oficial del ejército del zar junto a sus amigos cosacos.

El guionista Yann y el dibujante Neuray relatan veinte años en la vida de un militar fiel a los Romanov que ha de enfrentarse al derrumbe de su mundo con la llegada de la revolución.

Si alguien se ha fascinado con las leyendas de Ungern Kahn o del atamán Semyonov, ese fue el incansable viajero Hugo Pratt. Su magnífico personaje Corto Maltés, se encontrará con estos salvajes cosacos en el título Corto Maltés en Siberia.

Aquí Pratt se documentó entre otras fuentes con el relato de Ferdinand Antoni Ossendowski (1876-1945), titulado “A través del país de las bestias, los hombres y los dioses”, para retratar al barón Ungern o al general Semenov.

En las siguientes viñetas, podemos comprobar las personalidades con las que Hugo Pratt empapa a estos personajes históricos y al ambiente que les rodeaba en esa época plena de aventuras y peligros.

Para finalizar algunos enlaces interesantes acerca del mundo cosaco que profundizan mucho más en su historia:

Muy completo este artículo de la Wikipedia,  en castellano, sobre los Cosacos.

Otro artículo, también de la misma fuente, sobre La Historia de los Cosacos.

La red cosaca, página rusa dedicada a los cosacos, en cuatro idiomas.

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